AUTORA: YOLANDA AÑASCO H.
LAS HUELGAS Y EL COMIENZO DE LA ORGANIZACIÓN DEL MOVIMIENTO OBRERO E INDIGENA, Y LA PARTICIPACION DE LAS MUJERES INDIAS.
Gracias a la organización del movimiento obrero, que comenzó con las huelgas, que tienen su origen en la revolución liberal de l895, participaron hombres y mujeres, que se destacaron por su entereza revolucionaria, para cambiar la situación de miseria en que se desenvolvían. Entre las más aguerridas, están Tomasa Garcés, en la huelga del ferrocarril; y las conocidas indígenas Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña, en los levantamientos indígenas.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la burguesía había tomado la delantera y se enfrentaba a los terratenientes y la iglesia, hijos putativos de la colonia. Triunfaba el liberalismo machetero. En esta circunstancia histórica se presentan los antecedentes de las huelgas, en el marco de los cambios sociales del país y el desarrollo de la sociedad capitalista.
Los primeros núcleos obreros conformados por los cacahueros, por los empleados de las empresas de servicio público y las industrias manufactureras, trabajadores de las empresas extranjeras y de los ingenios ubicados en el medio rural, se juntaron alrededor de las primeras organizaciones gremiales y que tuvieron activa participación en estos años.
En el Segundo Congreso Obrero, reunido en Guayaquil en l920 participaron como delegadas dos mujeres: Leonor Mesones de Darquea y María H, Reyes, del Centro Feminista La Aurora, entre numerosos miembros masculinos. Las participantes del Centro resolvieron asistir al Congreso para estimular a sus representantes a integrarse a las luchas sociales.
“La mayor riqueza de la nueva sociedad era entonces la que provenía de la venta del cacao, que significaba un tercio de toda la producción mundial. Merced a dicha situación, se había originado una burguesía –comercial-bancaria muy poderosa en la costa, la misma que, a su vez, dependía del mercado exterior”.
“En la sierra ecuatoriana, los latifundistas, señores de la horca y cuchillo, conjuntamente con el clero, mediante sus inmensas posesiones, mantenían al indio, en situación de servidumbre y sometidos a una explotación inmisericorde, era otro importante factor de poder”.
El desarrollo industrial era muy débil, había muy pocas fábricas, las mismas que estaban destinadas a producir artículos para el consumo interno, esta industrialización fue ascendiendo poco a poco y, conjuntamente con la producción y comercialización del cacao y de otros sectores de la economía, dieron lugar a la formación incipiente de los primeros núcleos del proletariado.
La burguesía agro exportadora que emergió como una fuerza, se beneficiaba de la Revolución Liberal y surgió de las relaciones de producción salariales que brotaron de la hacienda cacaotera ligada a la expansión del capitalismo monopolista y financiero, ya que para esa época el mercado norteamericano se había convertido en el principal mercado para las exportaciones. En l915, Estados Unidos fue el proveedor de los productos industriales requeridos por nuestro mercado interno, creado por la producción cacaotera. La intromisión del imperialismo norteamericano, no solo se dio en nuestro país, sino también en toda América Latina.
Ecuador estuvo bajo la hegemonía del capitalismo; como dijera el doctor Manuel Agustín Aguirre: “su cordón umbilical se halla adherido a la matriz capitalista mundial”. En la colonia, primero con los metales preciosos que fueron a desarrollar el capitalismo europeo, luego en la independencia y en la mitad del siglo XIX se nos impuso la primera división del trabajo que consistía en la exportación de materias primas y alimentos a precios irrisorios y la importación de productos manufacturados a precios altos de monopolio y con ello la extracción del excedente y plusvalía creados por las masas trabajadoras de nuestro país a través de un cambio desigual.
Este engranaje económico favoreció a los países europeos (especialmente a Inglaterra y Francia y luego a los Estados Unidos de Norteamérica) cuya economía se volvió dominante después de la Primera Guerra Mundial (l9l4-l9l8), bajo los costos del capital circulante y del capital variable y con ello de los salarios metropolitanos que les permitió extraer una mayor plusvalía relativa de sus propios trabajadores y una mayor acumulación del capital, al mismo tiempo que impidió la baja de la tasa de ganancias.
Esta división internacional del trabajo hizo que la economía ecuatoriana funcionara bajo la égida del imperialismo que impuso el monocultivo de nuestros productos y con ello una total dependencia del exterior como en el caso del cultivo del cacao, más tarde del arroz y del banano.
El imperialismo no solo ha explotado y dominado al país, deformando la economía nacional cada vez más dependiente, sino que transfirió sus continuas crisis, que repercuten gravemente en el país, agudizando sus propias contradicciones internas y la lucha de clases, como aconteció con la crisis del cacao.
El cacao integró al país por mucho tiempo al mercado capitalista mundial hasta que se produjo la crisis de l922, ocasionada por la baja del precio del cacao en el mercado internacional y por la devaluación monetaria decretada por el presidente José Luis Tamayo, en beneficio exclusivo de los exportadores y banqueros, lo que trajo como consecuencia el encarecimiento del costo de la vida.
La situación económica del país, de acuerdo a sus indicadores económicos, sufrió golpes durísimos como baja de los salarios, inflación, devaluación, desequilibrio de la balanza de pagos, alza del tipo de cambio, que gravan el precio de los artículos de primera necesidad. La desocupación se hizo presente con índices escalofriantes. Esta situación que no solo afectó a la clase obrera sino también a la pequeña burguesía y a las capas medias, provocó el comienzo de la gran movilización y huelgas de octubre y noviembre de l922.
Tomasa Garcés y la huelga ferroviaria
La huelga de los ferroviarios se inició con los trabajadores del sindicato ferroviario de Eloy Alfaro - Durán, contra la Guayaquil And Quito Railway Company - cuyo gerente era mister Dobbie, que administraba la fábrica con un total autoritarismo - con la finalidad de obtener más plusvalía. La situación de los obreros era espantosa, todas sus aspiraciones fueron rechazadas, razón por la cual los trabajadores presentaron su pliego de peticiones, el mismo que no fue aceptado, lo que muestra la complicidad de la compañía con el gobierno.
El pliego de peticiones fue el siguiente:
a).- Aumento de salarios para los trabajadores que no ganan en dólares.
b).- Que se respete la ley que establece ocho horas de trabajo y la de accidentes de trabajo.
c).- La supresión de los despidos de trabajo legales. Sin excepción.
d).- Restitución a sus puestos de trabajo a algunos trabajadores despedidos sin causa alguna.
e).- Semana de trabajo de seis días y pago de las horas extras.
El resto se refiere a las condiciones pésimas de trabajo, supresión de impuestos que se les cobraba de su sueldo para el hospital; cambio del médico despótico norteamericano por uno nacional y el establecimiento de botiquines en la vía férrea.
Ante la terquedad de Dobbie, con el apoyo de las centrales de trabajadores, los ferroviarios declararon la huelga el l9 de octubre de l922. El gobierno, como siempre, servidor a ojos cerrados de los potentados, en vez de prestar atención a los obreros, tuvo una actitud de desafío. El Presidente José Luis Tamayo, dando oídos a “la trinca de Guayaquil”, no veía sino revolucionarios, todos eran agitadores, comunistas y socialistas. Pensó vencer por la fuerza situando un destacamento militar en Durán para romper la huelga, los obreros les pidieron a los soldados, por medio de hojas volantes no disparar contra sus hermanos y defender a los ecuatorianos de sus opresores.
El día 23 de octubre, a las 18:00, la compañía trató de despachar un tren a Riobamba, apoyados por los soldados; los trabajadores de inmediato se congregaron en la vía con sus mujeres de cuyo grupo salió Tomasa Garcés, que viendo la decisión del gerente de la empresa de destruir el movimiento haciendo correr el tren, se lanzó a las paralelas con sus cuatro hijos, dispuesta a morir antes de que los trabajadores fueran burlados en sus aspiraciones. Este acto heroico determinó el triunfo de los ferroviarios frente a la agresión no sólo de los nacionales sino del imperialismo, cuyo embajador norteamericano actúo en el conflicto.
Huelga del 15 de noviembre de 1922
La vida y sufrimiento de los indígenas y trabajadores no eran aislados, eran el resultado de la situación y agitación que vivían el Ecuador y el mundo.
Así, en Guayaquil se hacinaron miles de trabajadores indígenas que salieron del agro por la desocupación. La crisis de la producción se reflejaba en la baja exportación e importación que fueron reducidas a menos del 10%. El comercio bajó, por lo tanto, algunos propietarios y empresarios se empobrecieron y se vieron acosados por los prestamistas. Los precios exorbitantes de los productos de primera necesidad golpearon duramente a los consumidores de medianos recursos, en especial a los empleados y jornaleros de sueldo fijo.
Era insostenible la situación económica de todos los sectores de trabajadores, por lo que tomaron la decisión de valerse de la única arma que tenían, la huelga. Los trabajadores de todas las ramas la respaldaron. En los locales de las principales asociaciones gremiales, mutualistas y sindicatos se realizaron las reuniones diarias nocturnas con llenos completos, en donde los oradores incentivaban a las masas a un férreo respaldo.
La huelga del l5 de noviembre de l922, al grito de “pan y trabajo” el pueblo guayaquileño se lanzó a las calles, comenzando una organización incipiente del proletariado del país. Esto se dio como respuesta al momento de hambre y de miseria por el que atravesaba la clase trabajadora.
Los políticos de entonces, con mucha astucia, insinuaron a los trabajadores que los males de la república estaban en el alza del dólar, y que ello traía en forma inevitable el alza de los productos de primera necesidad, que fluctuaba por ese entonces, alrededor de quince centavos la libra de arroz, quince centavos la libra de azúcar, veinte centavos la de manteca, sesenta centavos la yarda de tela fina, uno cincuenta el par de zapatos. Los patronos, camuflados, hicieron creer a los obreros sus mentiras. El 9 de noviembre, la Confederación Obrera del Guayas inició el movimiento a favor de la baja del cambio, celebrando una sesión extraordinaria en la cual el socio Aurelio Sempertegui presentó una proposición por escrito, anotando lo siguiente:
“Ha llegado a agotarse la paciencia del pueblo, de tal modo que no es posible que se permanezca por más tiempo impasible ante la desastrosa situación que padecemos. Las continuas peticiones al gobierno no han tenido ninguna respuesta y la desenfrenada especulación de los tenedores de letras y los bancos se hallan en su mayor apogeo sin que haya quién quiera asumir una actitud resuelta en defensa de los más caros intereses de este pueblo que, harto de miserias y sufrimientos, principia a manifestar su descontento en forma de huelgas.
“La oligarquía importadora, por intermedio de agentes enquistados en las organizaciones laborales, en especial con aquellos que trabajaban en la Confederación Obrera del Guayas, maniobró para convencer a los trabajadores de que la solución no radicaba en la elevación de sueldos y salarios sino en la incautación de giros, con lo que se aumentaría, según la misma opinión, el valor adquisitivo del sucre y por lo mismo el bienestar popular”.
Pedro Saad puntualiza: “la burguesía operó entonces en la forma que ya conocemos: filtró en el movimiento, a título de síndicos, abogados de las clases dominantes que desviaron la lucha de sus objetivos de clase y que la redujeron a la acción para alcanzar una incautación de giros provenientes de la exportación, maniobra que beneficiaba a determinados sectores de la burguesía, pero que no resolvía los problemas populares”.
Ante la actitud del gobierno que no quería atender el pliego de peticiones de los obreros de la empresa eléctrica y de los chóferes, peor aún el pedido de la incautación de giros, la asamblea de los trabajadores, comunicó al gobierno que había resuelto suspender la discusión del pliego de peticiones para dedicarse por entero a la lucha por la baja del tipo de cambio que envolvía en la miseria total al pueblo, para lo cual convocó a una gran manifestación que tendría lugar el 14 de noviembre.
Treinta mil manifestantes estuvieron en las calles y realizaron su recorrido en orden hasta la gobernación, para entregar el pedido que se sintetizó en: la total incautación de giros y moratoria regulada, reconocimiento del gobierno del comité ejecutivo designado por la asamblea popular.
Como era de esperarse, el gobierno burgués no dio oído a ninguna de las peticiones, la burguesía salió avante, la lucha de clases degeneró en la conciliación de clases, por carecer el movimiento de una clara conciencia de clase y de una ideología auténtica proletaria que la armara para su propia lucha.
El gobierno, las autoridades civiles y militares, mientras ofrecían la solución de los problemas, se preparaba para reprimir la huelga a sangre y fuego, ya que movilizaron, a más de la dotación de Guayaquil, a numerosos batallones de otras provincias.
La matanza a mansalva del 15 noviembre de 1922
La matanza del 15 de noviembre es el resultado de un plan criminalmente preparado, para castigar a ese gran movimiento de los trabajadores que amenazaba la tranquilidad de la burguesía adueñada del poder.
Esto lo atestigua la orden de tirar a matar, constante en un telegrama enviado por el presidente Tamayo al jefe de la zona, el general Barriga, el 14 a la noche, “Espero que mañana a las seis de la tarde me informe que ha vuelto la tranquilidad a Guayaquil, cueste lo que cueste, para lo cual queda usted autorizado”. La sentencia de muerte dictada por el principal organizador de la matanza, el testaferro del imperialismo Carlos Arroyo del Río dijo: “La chusma ahora se levantó riendo, mañana se recogerá llorando”.
Los trabajadores sin ser convocados, como estaban en permanente movilización, se dirigieron en un número más o menos de veinte mil a la gobernación. Al no encontrar al gobernador, pasaron a la clínica Gilbert donde se hallaban reunidos los síndicos del movimiento obrero para saber la resolución de las autoridades a su pedido.
Aquí fue donde la policía hizo su aparición y, junto a los batallones que habían estado estratégicamente apostados, dispararon contra la multitud que se encontraba desarmada. La carnicería monstruosa de miles de trabajadores, también abatió la vida de valerosas mujeres del pueblo. Las que no murieron con las balas fueron pisoteadas por los caballos y lanzadas a la ría.
El primer bautizo de sangre del movimiento sindical del país convirtió en inmortales a las modestas madres y obreras guayaquileñas, entre ellas: Angela Meza, muerta, deja seis hijos huérfanos, Asunción Ramos, muerta, deja un hijo, Balbina de Pausan, muerta, deja siete hijos. Manuela Guzmán, muerta…
Después José María Velasco Ibarra, secretario del Consejo de Estado, enemigo jurado de los trabajadores y estudiantes diría: “no hay tal masacre, no hay tal crimen, lo que hay es unos cuantos ladrones que han asaltado los almacenes para robar”.
Desgraciadamente no hubo líderes que dirigieran sus objetivos, era una masa de hombres humildes sin ideología, aunque homogéneos en sus necesidades. Por carecer de dirección y no haber una táctica ni una estrategia, fueron acorralados y muertos. “Fue entonces ahí cuando el pueblo impotente y desarmado, preso de indignación suicida, se lanzó a los almacenes que tenían armas y rompieron sus puertas. Ellos solo querían responder al espantoso asesinato. Ya estaban resueltos a morir, pero a morir luchando”.
Los muertos fueron tirados al agua, con los estómagos abiertos para que no rebotaran, pero el mar, ni los hundió ni se los llevó de inmediato, la ría permaneció, por muchos días, cuajada de cadáveres y teñida de sangre hasta que supiera el mundo del horror cometido. Cada año, en el aniversario, la gente echa coronas y cruces al agua. Esto sirvió de base para que Joaquín Gallegos Lara escribiera su novela “Cruces Sobre el Agua”.
Después de que los cuervos y hienas se saciaron de semejante mortandad, eufórica, la soldadesca se paseó cantando el himno del triunfo por el bulevar Nueve de Octubre. Estos traidores a su pueblo, que se bebieron la sangre del pueblo fueron los batallones: Cazadores de Los Ríos, el Marañón, Vencedores y una fracción de artillería. Los balcones, desde donde los paramilitares de la burguesía dispararon contra los obreros, se encontraban más envilecidos con la presencia de las “respetables señoras burguesas” encubiertas con sus títulos de nobleza y de damas, aplaudiendo a rabiar a los triunfadores de lo que para ellas significaba una magna gesta, pues habían cumplido con el sagrado deber de “defender la patria”.
A la gloria de estos asesinos se suma la felicidad incontrolable del Presidente Tamayo y del Arzobispo Pólit. Entendamos lo que dicen sobre la masacre-:
“Estoy orgulloso de nuestro ejército y quisiera estar en esa ciudad (Guayaquil) para abrazar estrechamente en nombre de la patria a cada uno de esos valientes y magnánimos”.
El Arzobispo de Quito Monseñor Pólit prorrumpe:
“Reconozco que la providencia divina nos ha salvado de una inminente y horrorosa catástrofe y démosle las gracias por tamaño beneficio, agradeciendo en justicia al gobierno y al ejército que supieron cumplir con un deber primordial, reprimiendo la revolución para impedir la anarquía y conservar el orden público y la paz”.
El 15 de noviembre de 1922 es la página más nefasta del ejército ecuatoriano al haber dado muerte a miles de obreros que hicieron patria con su duro esfuerzo diario, en beneficio de las clases opresoras y explotadoras del país, justificando la masacre porque se trataba de una masa anárquica desenfrenada y feroz. ¿Nunca tendrán vergüenza los terroristas de la burguesía, de cometer crímenes horrendos contra el pueblo? ¿Se jactarán siempre de ser los salvadores?
Lauro Sánchez Bastidas dice, a propósito del 15 de noviembre de 1922, “fue otra matanza más hecha por los que llevan uniforme, para defender a las clases y familias mandantes de turno, por lo general tan distanciadas del pueblo y que los robot portarmas, hace de cuñas de mangle en los puntales plutócratas que sostienen el carcomido edificio del sistema capitalista. Una matanza más, cuando el pueblo reclama por el alza desmedida de los víveres. Una matanza más, cuando se pide aumento de salario. Una matanza más, por reclamar el cumplimiento de las leyes de trabajo y participación en utilidades. Una matanza más, cuando se clama por el derecho de palabra, reunión y mítines; porque el pueblo jamás en la historia de la humanidad, hizo reclamos por el gusto de reclamar, sin motivos claros, y, sobre todo, siempre al borde de la desesperación, del límite de toda resistencia. Que sirva de ejemplo: “el pueblo tiene la razón y aunque lo masacren cien veces y los políticos los traicionen otras tantas veces. Y pese a la cobardía de sus líderes y pese a los traidores que se venden a los opresores. Y pase lo que pase. Con “boinas verdes” o no, el pueblo cuanto más lo masacran, más se une, y cuanto más se une más cercano es su triunfo, aunque tenga que sacrificar a sus líderes cansados e indecisos”.
El hombre, la mujer que traza su camino a favor del pueblo, debe hacerlo en línea recta, sellando su destino junto a él, para triunfar o morir. En estas gestas libertarias las mujeres del pueblo, las indígenas, han sido su puntal, y no han participado junto a los obreros y más gente pobre y humilde por locas, ni por comunistas o socialistas, simplemente lo han hecho para defender la vida frente a la ignominia de los patronos y de las transnacionales que vienen a nuestros países para llevarse los recursos naturales y destruir a los trabajadores con la explotación inmisericorde.
Las mujeres en la lucha
Después de la guerra con el Perú y el cercenamiento de parte del territorio nacional, y en medio de la oposición al gobierno de Arroyo del Río, se produjeron grandes movilizaciones sociales en las que participaron grupos de mujeres. En Guayaquil Isabel Herrería de Saad (1910-1991), maestra y activista del partido Comunista ayudó, en 1943, a la formación de los Comités Populares de Guayaquil y colaboró en la organización sindical y del I Congreso de Trabajadores del Ecuador. En esas acciones entabló relación con otras mujeres -especialmente con Ana Moreno-, con quienes protagonizó las movilizaciones de l944, sufriendo persecuciones después del golpe de Velasco Ibarra en l946. Ana Moreno (1913-1983), junto con Alba Calderón (1908) y Enrique Gil Gilbert, también comunistas, perteneció al grupo “Alere Flama” y a la “Sociedad de Escritores y Artistas Independientes”. Trabajó para Alianza Democrática Ecuatoriana, ADE, organizando comités populares barriales, sindicatos y grupos campesinos. También ayudó a organizar el “Socorro Rojo” que ayudaba a los combatientes republicanos de la Guerra Civil Española.
En Quito, la participación de las mujeres en torno a “La Gloriosa” también fue destacada. El grupo de Alianza Femenina Ecuatoriana AFE, formada en l938 por Nela Martínez, Matilde Nogales, Virginia Larenas, Julia de Reyes, María Luisa Gómez de la Torre, Raquel Verdesoto de Romo Dávila, tuvo un papel relevante. Junto a otras dirigentes como Marieta Cárdenas (1915) militante comunista y comprometida con los derechos de los trabajadores, participaron en las luchas callejeras y en los acontecimientos políticos de esos años. Nela Martínez (1912-2004) fue también escritora. Fundó otras asociaciones como URME, Unión Revolucionaria de Mujeres del Ecuador (1962) y trabajó por la solidaridad internacionalista y los derechos populares y de las mujeres.
Ana María Goetschel, Catálogo de la Exposición Re/construyendo historias de mujeres ecuatorianas, CONAMU, 2007
YOLANDA AÑASCO H.